5 HISTORIAS CORTAS
Historias especiales de todos los días.
Creo que, así como con las personas, dentro de cada espacio habita una historia. A veces las historias son cortas, a veces misteriosas, otras veces son tan sorprendentes que te cuesta volver a contarlas porque sientes que con cada palabra que dices la otra persona se termina de convencer de que es inventada. Cuando pienso en ese tipo de historias, pienso en un espacio que contenía muchos espacios: El edificio multifamiliar Colina.
...
Edificio Colina
¿Alguna vez has visto algo y has sentido que ya lo conocías? Cuando vi por primera vez el edificio multifamiliar Colina tenía 10 años. Ese día acompañaba a mi mamá a visitar una tía abuela que no conocía. Ella vivía en una casa antigua frente al edificio y desde la ventana de la sala, mientras ellas conversaban y yo me aburría, observaba esta construcción que me transmitía una sensación familiar. Durante muchos años me pregunté qué historias estaban escondidas detrás de las ventanas que observé ese día y nunca me imaginé que gracias a mi trabajo terminaría caminando por los pasillos de ese edificio e incluso viendo la casa de mi tía abuela desde una de sus ventanas.
Raquel Bellido
Raquel es de esas personas que le hacen honor a su propia vida.
No me refiero a que tenga aires de grandeza sino que simplemente toma una decisión, seguida de la otra. El día que la conocí me contó que estaba aprendiendo a cultivar orégano con Tik Tok y que la mayor de sus nietas le había bajado la aplicación.
No recuerdo haber hablado mucho ese día, pero tampoco me importó. Caminar por su departamento se sentía como explorar un pequeño oasis, era una mezcla de olores, texturas, pero sobre todo historias.
Javier Andrade
El día que escuché por primera vez funk japonés de los 70’s fue cuando visité a Javier. Lo mejor de visitarlo es escuchar ese sonido granulado del inicio de un vinilo.
Necesitaba que le diseñe un mueble especial para su tocadiscos y algunos objetos que para muchos serían obsoletos. Sin embargo, Javier los presentaba con tanto asombro y detalle que te invitaba a imaginar que estabas en la visita privada a un museo.
Su perro era más grande de lo que esperarías para el tamaño del departamento y su cola podría destruir el museo y de paso al tocadiscos. Pero no me tomó más de 5 minutos entender por qué Javier lo había adoptado. Vivía de acuerdo a su ritmo: pausado, como si cuidara la llave a esa puerta que te lleva al presente.
Daniel Correa
Lo primero que hizo Daniel, cuando entré a su departamento, fue disculparse por el olor a cigarro. No me atreví a confesarle que ese aroma, sumado al del café recién pasado, me hizo sentir en casa.
Mientras tomábamos el café y me contaba sobre su último viaje a Brasilia, una gata me observaba con cierto recelo. Me explicó que Garúa, así como él, se tomaba un tiempo para aceptar a alguien nuevo en su vida. Luego de decir eso, se quedó en silencio, se paró, se acercó a un estante y, con cierta nostalgia, observó una de las maquetas. No sé cuánto tiempo duró ese momento, pero se sintió eterno. Me miró y me preguntó si conocía a Oscar Niemeyer mientras prendía un cigarro y lo fumaba cerca a su ventana.
Paz La Rosa
Cuando conocí a Paz dejé de creer en las casualidades. Me escribió por instagram diciendo que “sentía” que era la persona adecuada para ayudarla con algo importantísimo y que tenía solo 1 mes para lograrlo, porque luego se iba a una residencia en México por 3 meses.
Al día siguiente, mientras me describía la repisa que soñaba para sus cerámicas, plantas, pigmentos y pinceles, súbitamente -nunca escuché un timbre- entraron al departamento dos chicas, que inicialmente pensé que eran sus hermanas.
Antonia y Emma habitaron el espacio como si hubiese sido hecho para ellas y me trataron como si me conocieran de toda la vida. Criticaron a Paz por no haberme invitado nada y prepararon un tinto de verano. Nunca se dieron cuenta que no tomé ni una copa y yo perdí la noción del tiempo rodeada de esas 3 chicas que a veces parecían una.
Familia Miranda
Luciano no lloraba, tampoco hablaba. Se comunicaba en un lenguaje de miradas y gestos que solo Ramón comprendía por completo. Ramón tampoco ladraba, pero su cola transmitía a la perfección el cariño que sentía por Luciano.
Mientras los observaba, sentía que por unos minutos tenía permitido ingresar a un mundo mágico y paralelo que habitaba en ese departamento. Las paredes te daban algunas pistas de este mundo, estaban llenas de color y los objetos regados por todos lados te hacían pensar que tal vez el desorden era intencional.
En un momento crucé miradas con Luciano y juraría que me señalaba una esquina que Ramón estaba oliendo, ahí supe que era el lugar perfecto para colocar lo que sus papás me habían encargado.